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Escuela de Pensamiento
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Tras la pérdida. ¿Qué nos dicen y cómo nos cuidan los demás?

A día de hoy, en nuestra sociedad, nos empezamos a preparar para el final de la vida, los cuidados paliativos, la sedación paliativa, eutanasia, para acompañar al enfermo y después ¿Qué ocurre con las personas que han cuidado? A las personas cuidadoras, ¿Quién se ocupa de cuidarlas?.
Por Ana María Almansa Sáez
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Imagina; Te llaman por teléfono y te dicen que ha fallecido la madre de una amiga.  Estaba en el hospital, con 80 años y ha fallecido de un ictus complicado ¿Qué piensas en esos momentos? Es normal, ya tenía mucha edad, mejor así rápido, que no sufra, para quedarse mal, mejor así, es ley de vida. Se recuperarán pronto porque era mayor…

¿Estas mismas frases te las dirías a ti misma o mismo, si fuera tu madre la que acaba de fallecer de una forma inesperada y repentina? Supongo que no se parecerían, pero cuando nos toca hablar del dolor con otros, de la muerte, todo es rápido, frío, distante y pensamos en cambiar de tema lo antes posible.

Nos acercamos al tanatorio, a dar el pésame, y nunca sabemos qué decir, simplemente mejor no decir nada, un abrazo, una mirada, pero nos da miedo el silencio, nos incomoda y empezamos a decir todas esas frases que cuando somos dolientes, nadie quiere escuchar.

 

La Sociedad
A día de hoy, en nuestra sociedad, nos empezamos a preparar para el final de la vida, los cuidados paliativos, la sedación paliativa, eutanasia, para acompañar al enfermo y después ¿Qué ocurre con las personas que han cuidado? A las personas cuidadoras, ¿Quién se ocupa de cuidarlas?

Las pérdidas no siempre ocurren por una cuestión cronológica ni lógica. Si es que existe alguna, porque en realidad ¿Dónde está escrito cuánto tiempo es suficiente vivir con una persona a la que quieres? ¿Los 80 años son razonables? Y ¿Por qué tu padre no puede morir mejor a los 100? es tu padre y, si lo quieres, no lo quieres perder.

En otras muchas familias, no hay ningún orden, muere un bebé, o un adolescente, un hijo de 40 años y sobreviven los padres de 90, que verbalizan la injusticia y que darían su vida por sus hijos.

Nos sentimos frágiles en los dos extremos de la vida, en la infancia y en la senectud, pero la inversión de los cuidados es curiosa, la protección que hacemos hacia nuestros padres, que en ocasiones tratamos como a niños.

Cuando fallece un hijo, hija, nietos, familiares muy directos e importantes, las familias nos preguntan a los psicólogos de duelo por ¿cómo se lo van a decir a los niños y a las personas mayores de las familias.? Incluso ellos deciden qué no van a comunicar a una madre, que no se lo van a decir, porque es mayor, y puede enfermar con la mala noticia y prefieren continuar con el engaño.

Desde mi experiencia, eso no es lo recomendable. Las personas mayores han vivido muchos eventos a lo largo de sus vidas, alegrías y pérdidas, se han enfrentado al dolor de perder a sus padres, amigos, vecinos, y tienen derecho a saber qué ha pasado con sus familiares, a despedirnos, a recordarlos y sentir el dolor de su ausencia. Es necesario para poder acompañar y cuidar al resto de sus familiares y recibir los cuidados.

Con los niños, nos ocurre el mismo extremo, les decimos: “El abuelito se ha ido, está en el cielo, es una estrella”. Pero ¿Cuántas veces nos sentamos a decirle “se ha muerto el abuelito, la hermana, la mama?”. Es el miedo de los padres a ver a su hijo triste, a decirles por primera vez la palabra muerte; se ha muerto, el hermano, la abuelita… El niño entenderá todo si se lo explican sus personas de referencia, mostrando calma y seguridad: aceptará la nueva realidad y le permitiremos expresar las emociones para normalizar el proceso de duelo. Los padres dicen ¿Cómo le voy a decir a mi hijo que ha muerto?  Lo va a pasar mal, no se dará cuenta, le diré que esta fuera, y así comienzan la falta de información para entender su nuevo entorno, las ausencias y la muerte.

 

El final de la vida, la muerte y el duelo
Mi trayectoria profesional se desarrolla en el final de la vida, la muerte y el duelo; incluso en muchos momentos en los cuales la vida finaliza antes de nacer. Sí, porque nacer significa salir del vientre de la madre y nacer vivo cuando el bebé muestra signos de vitalidad, jurídicamente ocurre tras este momento. (BOE núm. 175, de 22/07/2011. Modificación del Código Civil, en su artículo 29 y 30. Por tanto, el Nonato; es el no nacido, el Mortinato, el nacido muerto ¡Cuántas contradicciones en estas palabras!  Representan los dos extremos, pero a la vez nos dicen que la vida y la muerte van unidas, siempre.

Iniciamos la vida, y con ello vamos separándonos de esta idea, de esta realidad, tanto los padres, los hijos, los amigos, los profesionales que nos traen a la vida, hasta los profesionales que nos acompañan en los últimos suspiros de la vida. Como se suele decir, morimos como nacemos, con un suspiro. Y el entorno sanitario, social y familiar, a veces parece que ha aprendido poco de lo más certero e inevitable, la muerte y con ello Nuestra Muerte.

Desde el año 2008, acompaño a pacientes que van a fallecer y sus familias. El día a día, está lleno de horas de atención a Duelo, por cualquier tipo de causa, muerte por enfermedad durante años y otras solo de días o incluso horas, pérdida por COVID, pérdida por accidente, tráfico, desaparición, suicidio. Además de atención psicológica por diferentes tipos de pérdida de vínculo, de padres, madres, hijos, hijas, parejas, abuelos, amigos, primos, etc.

Dicen que la pérdida de un hijo, es lo peor. ¿Quién se atreve a comparar el dolor? Y ¿cómo se mide ese dolor?

El dolor emocional, el sufrimiento psicológico, no se mide ni se compara, solo se Respeta, se Valida, se Reconoce, se Permite, se Escucha, se Acompaña…

Lo cierto es que tenemos que empezar casi de cero, desde el inicio de la vida a entender que las pérdidas; son la vida también, que tenemos que aceptarlas para enfrentarnos al día a día.

Cuando somos pequeños y nuestra mamá está embarazada y muere nuestro futuro hermano o hermana, nos tienen que explicar qué ha pasado, dónde está ese bebé, por qué no viene, qué significa “Que se ha ido, que no viene”.

Incluso cuando tenemos una mascota, un pez, un pájaro, un perro, un gato…el animal que sea, al fallecer hay que explicarlo, para despedirse. Es un sufrimiento natural. No nos debemos esforzar en evitarle a los niños la realidad; para que no sufran. Eso es lo que dicen los adultos. ¿Habéis vivido esto? ¿En realidad, a quién protegemos? ¿Nos protegemos a nosotros mismos? A los niños los engañamos, les ocultamos información, y en muchas ocasiones se intenta ocupar ese lugar rápido, otra mascota y que sea lo más parecida posible a la anterior. Pero la vida no funciona así. Nadie ocupa el lugar de nadie, ni un nuevo perro nos va a hacer desaparecer al anterior, aunque fuesen idénticos.

Los seres humanos somos único e irreemplazables, y sobre todo los vínculos afectivos que generamos en nuestras vidas, son diferentes y exclusivos; ni siquiera los gemelos, estos no tienen vidas idénticas.

¿Somo conscientes de esto? Si lo somos, entonces por qué le decimos a las dolientes frases del tipo, no te preocupes, ya tendrás más hijos, eres joven puedes tener otra pareja, céntrate en otros hijos, ya lo olvidarás…y así hasta el infinito.

Si no olvidamos que el dolor no se compara y que cada persona tiene unos vínculos únicos con su entorno, jamás podremos entender que el dolor de la pérdida es real, desgarrador y en muchas ocasiones para las personas, es un sufrimiento intenso, inevitable que se necesita entender, sentir y elaborar.

¿En qué momento dejamos de ver la realidad? Queremos alejarnos de la muerte, aunque por mucho que corramos; la vamos a tener siempre cerca; ente nuestros amigos, conocidos cercanos y lejanos, compañeros de trabajo, desconocidos, etc.

 

El Duelo
El duelo; es una parte desconocida para muchos profesionales sanitarios, sin embargo, es una parte inevitable de la vida que nos acompaña a todas las personas.

El duelo; es el proceso por el cual tenemos que aprender a vivir físicamente sin la persona fallecida, la personas a la que queríamos, tenemos que darle un nuevo lugar emocional en nuestras vidas. Este proceso es especialmente doloroso al inicio, nos agota físicamente y nos agota emocionalmente durante mucho tiempo. Disminuye su intensidad, con el paso del tiempo, si durante ese tiempo nos enfrentamos a las emociones y vivimos ese dolor para aprender a vivir sin nuestro ser querido.

El tiempo; es lo que le decimos a las personas dolientes, que todo el mundo usa, “ya verás que con el tiempo se pasará”. Pero estas frases generan más dolor.

El tiempo por sí solo no tiene ningún poder, sino lo que hacemos las personas durante ese tiempo. Expresiones como «tienes que ser fuerte» no ayudan al doliente a avanzar en su proceso de asimilar la pérdida.

 

Frases que decimos a las personas en duelo

Terapia de María.
Viene a consulta a los tres meses de fallecer su padre. La muerte ocurrió junto a ella, el día que iniciaba la radioterapia. Estaba con su padre para acompañarlo al hospital, pero tuvo un infarto y una hemorragia en el baño. Murió en casa con los servicios de urgencias. En la primera consulta ya narra una serie de frases que tiene grabadas en la mente, que le dijeron y les generaron malestar emocional.

Ella había sido madre con 28 años. Tenía su primer bebé de 1 mes, que su abuelo adoraba; era su motivo de alegría.

“¿Vale la pena reanimarlo? Tiene cáncer”. Dijeron esto, justo al llegar los profesionales de urgencias a su casa. Ella todavía no entiende esta frase, a la que contestó: “Claro, es mi padre y tiene solo 60 años”. Muestra mucho enfado por ese momento vivido, en el cual pensaron que no valía ya nada su vida, que no lo tenían que intentar (según lo siente ella ahora).

En el tanatorio, le dijeron estas frases:
“No te puedes imaginar el dolor de perder a un hermano”. Ella piensa:
¿Cómo me dices eso ahora, que tengo 28 años y he perdido a mi padre?
¿Por qué su dolor era mejor o mayor que el mío? Todo se piensa y no se manifiesta, porque normalmente no se contesta nada.
“Como tienes un bebé tienes motivos para seguir adelante”. Ella piensa: pero me falta mi padre. Y mi hijo no va a conocer ni recordar a su abuelo.
“Es ley de vida”. Ella piensa: tan joven, sin la oportunidad de curar la enfermedad.
“No llores, que estaba enfermo, es lo mejor”. Ella piensa: será lo mejor para ti.
“No tienes que ser egoísta, era lo mejor para él”. Ella piensa: ¿Egoísta por querer a mi padre?
“Tienes que ser fuerte por tu madre y por tu hijo. Ella piensa: ¿Y a mi quién me cuida?

Frases como «al menos no sufrió» o «ha tenido una vida larga» restan importancia al dolor que siente el familiar.
Una pareja de 30 años estaba esperando a su primer hijo. El día que ingresó la embarazada para una cesárea programada de 40 semanas de gestación,  le dicen que el bebé había fallecido. Poco después, un día por la calle, un vecino les dijo: «No os preocupéis, sois jóvenes y podréis tener más hijos, si es que este bebé tampoco lo habías conocido y a lo mejor venía mal». Tres frases con la mejor intención, que la pareja sitió como tres puñaladas. Sin darse cuenta, su vecino estaba quitándole importancia a su dolor.

En esta ocasión, la mamá le pregunto al señor, perdona, ¿Cuántos hijos tienes que no lo recuerdo? Tengo 3, María, Antonio y Luis. La mamá continuó; si se muere uno, no pasa nada, ¿no? porque tienes otros dos.

El vecino le dijo, que tenía razón, que no estaba bien lo que le había dicho, que le pedía disculpas.

Cuando muere un bebé, que apenas nadie ha conocido, tan solo sus padres en el hospital, y los profesionales sanitarios que acompañan en el proceso, el resto del mundo se comporta como si no hubiera existido, se resta importancia a su dolor, a la intensidad de perder un hijo, siendo muy cruel para ellos. Se habla del duelo perinatal, como un duelo silenciado, no reconocido, hasta tal punto que los bebés que nacen muertos, no aparecen en el libro de familia, aunque sean de 41 semanas de gestación.

En general, lo que debemos hacer cuando estamos con una persona que ha perdido a alguien es todo lo contrario. Hay que intentar acompañarle desde el silencio, validando y reconociendo su dolor.

Hay expresiones que usamos habitualmente en los tanatorios con la mejor intención y que sin embargo muchas veces generan más dolor del que intentamos evitar. Las familias; no contestan a estas frases, pero sí piensan qué contestaría. Como consecuencia de ese malestar, a veces, evitan ir a lugares, evitan ver a personas de la familia, amigos, contestar al teléfono…en definitiva, se aíslan más.

Es importante reflexionar sobre estas frases, antes de volver a decirlas como consuelo:

«Tienes que ser fuerte»
Es la frase estrella en los tanatorios, ¿Pero fuerte por qué? La palabra duelo significa dolor y hay que expresar y sentir esa emoción para poder sanar. De este modo parece que si nos duele no somos fuertes, sino débiles. El doliente no quiere ser ni fuerte ni débil, solo intenta sobrevivir a ese dolor. Mejor no decirla, y no es necesario dar una orden de este tipo al doliente en momentos tan delicados cómo es la pérdida de un ser querido.

«El tiempo lo cura todo»
Cuando estamos viviendo un momento de dolor intenso la gente te dice aquello de que «el tiempo lo cura todo» y parece que con el tiempo nos vamos a olvidar. En realidad, no es el tiempo lo que cura… es lo que nosotros hacemos durante ese tiempo y cómo nos enfrentemos a esa pérdida lo que sí nos puede ayudar.

Podríamos decirles, “estoy para lo que necesites, durante el tiempo que haga falta”

«A él/ella no le gustaría verte así»
Con esta frase estamos sin querer bloqueando que el doliente exprese sus emociones y que pueda así vivir su duelo. Además, con esta afirmación generamos un sentimiento de culpa haciéndole creer que si la persona fallecida le viera así se sentiría mal por ello.

En todo caso, se podría decir: “él/ella; te quería, te cuidaba, y tu también” validando así la relación que tenían esas dos personas.

«Al menos no sufrió»
Cuando a alguien que ha perdido un familiar se le dice esta frase lo primero que piensa es: «¿Y tú qué sabías si sufrió o no?». Además, el hecho de que el fallecido no sufriera no evita que el doliente sufra por su pérdida. En lugar de esa frase, se le puede hacer referencia a la importancia de que haya podido acompañarle y darle cariño hasta el final.

«Hay que pasar página»
Esto no hay que decirlo NUNCA. Pasar página es olvidar y eso es lo último que quiere quien ha tenido una pérdida. Es como esconder el fallecimiento cuando en realidad se tiene que aceptar y para ello es necesario un proceso. Habría que hacer todo lo contrario, ofrecerle la oportunidad de hablar sobre la persona fallecida y pedirle que nos cuente cosas, siempre en pasado y de una forma calmada.

«Se cómo te sientes»
Nadie puede sentir como siente otra persona, incluso cuando hemos tenido la misma pérdida, cada vínculo y cada forma de vivirlo es diferente. Por muy amigos o familiares que seamos, no podemos ponernos en la piel de otro en esta situación. En lugar de decir «se cómo te sientes», sería más acertado decir «siento por lo que estás pasando».

«Ahora tienes que pensar en tu hijo/a»
Nos dicen esta frase con la de idea de buscar un sentido. No podemos olvidar que el dolor a veces nos hace perder el sentido de la vida y llegará el momento en el que el hecho de tener personas a tu cargo sea importante. Sin embargo, al decir «ahora tienes que pensar en tu hijo» no le estamos validando el reconocimiento a su dolor. En su lugar sería mejor recordarle que hay personas de su entorno familiar que llegado el momento pueden ayudarle en aquello que necesite.

«Intenta distraerte»
¿Distraerte para qué? ¿Para no pensar? ¿Para olvidar? En lugar de invitarle a distraerse, lo que hay que intentar es ayudarle a que pueda centrar un poco más la atención… El hecho de salir a la calle y poder relacionarse ayuda a conectarse más con el día a día y así poder enfrentarnos a su nueva realidad y no evitarla.

Estar disponibles para ir a visitarlos, dar un paseo, comprar, o simplemente llamar para que pueda contarnos como este ese día en concreto.

«Ha tenido una vida larga»
¿Cuánto es una vida larga? ¿Dónde está escrito cuánto tiempo es suficiente? Independientemente de su edad, nunca queremos perder a nadie de los que amamos, por lo que sería mejor que le dijéramos que creemos que ha tenido una vida feliz y preguntarle sobre aquellas cosas que el doliente crea que el fallecido ha hecho a lo largo de su vida y que le hacían sentir bien.

«Así ha dejado de sufrir»
Se trata de una valoración. No podemos saber si sufría o cuánto sufría y mucho menos si morirse ha sido una solución a ese sufrimiento. En realidad, no deberíamos decir nunca esta frase y sí en cambio interesarnos por si el doliente pudo acompañarlo en esos duros momentos y la importancia de haber estado ahí.

 

¿Cuándo finaliza el duelo
No hay una fecha ni un tiempo. La cicatriz que deja la herida de la pérdida, siempre acompaña, formará parte de nosotros, en determinados momentos al tocarla vuelve a doler, pero podemos seguir viviendo.

Al inicio del duelo, el dolor y la emoción controlan todos los momentos; después, el dolor no controla tu vida e incluso hay momentos o días que te permites estar mal.

Las personas de alrededor, ¿Cuándo dejamos de preocuparnos por los dolientes?

El tiempo dependerá del tipo de relación que tengamos con esa persona, el vínculo que tengamos con ella y la frecuencia con la que nos relacionemos.

Los dolientes al principio casi no pueden hablar de cómo están; no contestan a los mensajes, al teléfono; y les decimos: “cuando tú quieras, avísame y nos tomamos un café” pero no lo hacen y parece que todos los olvidamos a ellos y a las personas que han perdido. El doliente siempre dice en consulta: “yo no puedo llamar a nadie, no puedo, estoy mal, no tengo fuerzas, ni ánimo, ni ganas de salir, ni de estar con gente”.

Un papá decía, al volver al trabajo, que quería poner una foto muy grande de su hijo, para que nadie lo olvidara y porque no podía entender como la vida seguía igual para todos, menos para él, porque le faltaba su hijo.

Al final todo es curioso; no hablamos sobre cómo estamos, sobre cómo nos sentimos, ni con la familia ni con los amigos. Los de alrededor dicen frases que nos alejan, evitamos personas y lugares para no hablar, y con el paso del tiempo nadie llama ni se preocupa del doliente que se siente solo, y nos damos cuenta de que todo el mundo ha seguido como si nada, mientras tu vida está mal.

Ojalá fuésemos cada vez; más capaces de evitar esta falta de comunicación, que expresemos nuestras emociones en las pérdidas y que poco a poco les digamos a los de nuestro alrededor, qué necesitamos. Y poder contar cómo nos sentimos con ellos, para que puedan cuidarnos.

Es sano hablar de la muerte y el duelo con naturalidad; para poder elegir el final de nuestra vida, porque nos ayuda a vivirla con dignidad y sentido hasta el último instante.

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