Debemos por tanto abordarlo desde una perspectiva multidisciplinar e intergeneracional, de tal forma que la sociedad en su conjunto asuma que el hecho de que cada vez vivamos más debería ser siempre una bendición y en ningún caso convertirse en un problema.
Pero cualquier enfoque global con el que pretendamos abordar este desafío, pasa por revisar el lenguaje y poner en positivo las palabras y actitudes preconcebidas hacia la vejez que hasta ahora sólo desprenden negatividad. Y es que quizá sea esta la etapa vital que más mitos y estereotipos tiene asociados.
Si comenzamos el diagnóstico por analizar qué es el envejecimiento, nos encontramos con las primeras connotaciones negativas que asumimos erróneamente con cierta naturalidad, y es que la propia R.A.E. lo define como la “acción y efecto de envejecer”. Hasta ahí bien, pero si continuamos el análisis y vemos qué entiende por envejecer la máxima institución responsable de velar por el lenguaje, esta lo presenta como “dicho de una persona hacerse vieja o antigua”.
Un drama esta última acepción, más aun teniendo en cuenta que son los propios científicos quienes afirman que el proceso de envejecimiento, es decir el momento en el que los telómeros del ADN se van acortando y la velocidad de regeneración celular empieza a decrecer, comienza sobre los 26 años de edad. Por tanto, extrapolando ambas disciplinas, la de la palabra y la de la ciencia, podríamos concluir que desde los 26 años nos estamos volviendo “viejos y antiguos”…
Si, a continuación, revisamos los diferentes estereotipos que giran entorno a la vejez, y que se encuentran reflejados en la literatura, la cultura, los medios de comunicación o la propia sabiduría popular, vemos que estos suelen configurar una imagen errónea de esta etapa vital, pues suelen relacionarse con la enfermedad, dolencias, discapacidad funcional y sensorial, problemas cognitivos, situaciones de dependencia, pérdida de sexualidad, improductividad, fragilidad, lentitud, mal carácter, desactualización, conservadurismo, depresión o soledad entre otros. A pesar de que generalmente estos estereotipos no tienen nada que ver con la realidad de cada individuo, están tan arraigados que han terminado por consolidar en la sociedad una imagen negativa sobre este colectivo e incluso, y aun peor, en la propia autopercepción que tienen los mayores de sí mismos.
Si bien hay otros estereotipos de índole más positiva vinculados a la vejez tales como la serenidad, la experiencia o la sabiduría, no por ello dejan de resultar también una interpretación errónea de la realidad, pues todas las personas, incluidas las de mayor edad, son muy diferentes entre sí al estar todas influidas no sólo por su edad cronológica, sino también por sus experiencias, emociones, economía, hábitos, estilo de vida, relaciones sociales, educación, genética, etc. Es decir, existen muchas formas de envejecer, al igual que existen muchas formas de ser joven o de ser niño.
Por estos motivos, si simplificamos el lenguaje y los estereotipos hasta el punto de calificar a las personas tan sólo por razón de edad, nos encontramos ante un evidente caso de discriminación etaria o “edadismo”, término que aúna los mitos y creencias con connotaciones negativas asociados al envejecimiento. Esta evidente desigualdad nos exige como sociedad que empecemos desde ya a ofrecer una visión más real y positiva del envejecimiento y de las personas mayores, e intentar así romper con las desproporcionadas y erróneas creencias asociadas a la vejez.
Si volvemos a tomar como referencia a la R.A.E. para revisar lo que esta prestigiosa institución entiende por estereotipo, vemos que lo define como la “Imagen o idea aceptada comúnmente por un grupo o sociedad con carácter inmutable”. Pues bien, el carácter inmutable de esta acepción es también cuanto menos discutible, pues si bien cualquier estereotipo intrínseco en una sociedad no resulta fácil cambiar, no podemos concebirlo como inmutable pues al ser construcciones sociales realizadas por personas, de la misma manera que se crean se pueden eliminar. Como ejemplo evidente podemos aludir a los estereotipos que hasta hace no mucho la sociedad tenía sobre la raza, la discapacidad o el género entre otros y como estos han ido desapareciendo conforme la propia sociedad ha ido evolucionando. Si los propios estatutos de esta ilustre Academia recogen que su objetivo fundamental es el de “velar por que la lengua española, en su continua adaptación a las necesidades de los hablantes, no quiebre su esencial unidad”, resulta evidente que tiene un papel principal a la hora de revisar estas cuestiones y tratar de poner en positivo el lenguaje en todo el proceso de envejecimiento.
Estas conclusiones no implican idear un nuevo paradigma entorno al concepto de vejez, pues el carácter peyorativo instalado en las sociedades occidentales del siglo XXI es precisamente lo extraño y atemporal, pues tanto en otras culturas como en otras civilizaciones a lo largo de la historia las personas mayores han sido habitualmente veneradas. Por citar algunos ejemplos, en la prehistoria, puesto que la esperanza de vida era muy baja, las personas de edad elevada eran consideradas casi sobrenaturales; en Esparta los mayores de 60 años eran relevados del ejército y pasaban a ocuparse de mantener el orden; Platón pensaba que la virtud se adquiere con el conocimiento, al que se llegaba una vez alcanzados los 50 años; en el Imperio Romano todo el poder se concentraba en el Senado, formado por ancianos.
Es en el Renacimiento donde se revaloriza la juventud como canon de la belleza y se produce el rechazo a todo lo que se pudiera considerar viejo, sinónimo de feo, estereotipos que, salvo algunas corrientes filosóficas que rechazaban asociar vejez con enfermedad, origen de la geriatría y la gerontología, nos han acompañado hasta ahora en las sociedades occidentales. Sin embargo, en otras culturas como en los países musulmanes, India, China o Japón, se respeta y se venera a las personas mayores, y son considerados como pilar fundamental de la familia y la sociedad.
En definitiva, si bien en el siglo pasado la humanidad consiguió prácticamente erradicar la discriminación por raza, y estamos ya cada vez más cerca de conseguir abolir la discriminación por género, el próximo gran reto que tenemos ante nosotros las sociedades occidentales del siglo XXI será el de abolir cualquier posible discriminación por razón de edad. Es por tanto que, el desarrollo de una sociedad, solo se puede lograr si éste incluye a todas las personas que la conforman con independencia de su edad, y conseguimos asumir que hay muchas maneras de envejecer, pues las personas de mayor edad no son necesariamente un grupo social homogéneo y estable, sino formado por personas con diferentes problemas, preocupaciones y necesidades que aportan valor a la sociedad y al progreso humano. Sólo de esta manera podremos alcanzar una sociedad verdaderamente igualitaria, inclusiva y democrática.