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Escuela de Pensamiento
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DON’T LET THE OLD MAN IN

Me permito titular estas líneas en inglés porque la expresión no es mía: Clint Eastwood la ha adoptado como su bandera, rescatándola de una canción de otro americano cuya letra es algo así como “No dejes entrar al viejo, quiero irme de aquí solo…”
Por Nielson Sánchez-Stewart
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Artículo elaborado por Nielson Sánchez-Stewart, decano emérito del Colegio de Abogados de Málaga y consejero electivo del Consejo General de la Abogacía Española.

 

El ya legendario actor, a sus 91 años sigue describiendo, cuando se pone de pié, un ángulo recto con la tierra que pisa. Su actitud es admirable y si bien es posible que la genética obre en su favor, la voluntad de mantenerse vivo y activo es, creo, el elemento fundamental de su longevidad sana y envidiable.

La edad es absoluta solamente porque disponemos de un documento oficial que señala como elemento identificador una fecha precisa que coincide generalmente con la de nuestro nacimiento. Con una simple operación aritmética de sustracción al día en que se vive se obtiene la cantidad de años que hemos vivido.

Pero, si no dispusiésemos de ese dato ¿qué edad nos asignaríamos? ¿Aquella que nos parece la más adecuada a nuestras circunstancias? ¿La que nos achacan nuestros semejantes después de un somero examen? ¿O la que nos corresponde por las circunstancias que nos rodean, recuerdos, familiares, descendientes?

No es de ciencia ficción la hipótesis que planteo. En un país de reciente creación no existía ninguna clase de registro para inscribir los nacimientos ni las defunciones cuando estaba bajo la potencia colonizadora. Sus habitantes eran nómades que se preocupaban de cosas más importantes, como sobrevivir en el desierto, por ejemplo. Cuando se alineo ese país con las costumbres internacionales, se procedió a inscribir a toda la población, poco a poco, a medida que obtenían un pasaporte o contraían matrimonio. El encargado,  usando sus dotes de observación y adivinación,  asignaba al interesado un año de nacimiento y, para no complicar las cosas, reducía la fecha al 1 de enero. El sistema funcionó con algunas dificultades como, por ejemplo, que la madre era menor que el hijo o sólo seis años mayor. Con alguno de esos temas tuve que enfrentarme profesionalmente pero traigo esto a colación para resaltar la relatividad de un elemento que consideramos esencial.

Al llevar a cuestas esa cifra que va cambiando cada año nos obliga a adoptar diversas actitudes que nos parecen las que corresponden. No digo que no sea necesario adecuarse a la etapa de la existencia por la que estamos pasando pero tal adecuación debería ser un marco más o menos flexible donde movernos.  La competición en maratones, la asistencia a discotecas, la práctica del boxeo, por ejemplo,  son actividades interesantes y muy gratificantes pero no es malo ponerles un límite temporal. Sin embargo, otras, me atrevería a decir, la mayor parte de aquellas a las que solemos dedicarnos no deberían estar sujetas al factor tiempo. Pensar, razonar, escribir, leer, hablar constituyen ejercicios muy recomendables a cualquier edad. Y otras más prosaicos como pasear, cuidar de una mascota, ver cine y comentarlo, asistir a tertulias, reuniones, seminarios  tampoco están vedados. Administrar los ingresos y el patrimonio, tomar decisiones, declarar impuestos no nos deben parecer inalcanzables ni despreciables. Por supuesto atender las necesidades vitales, cocinar, lavar, planchar, limpiar la casa y el cuerpo no deben descuidarse. Tender la cama como recomendaba el almirante Mc Raven como la primera medida para cambiar el mundo. No es preciso dedicarse pretender emprender esa tarea pero sí el estar al tanto de los cambios que experimenta nuestra sociedad  y nada mejor para ello es leer la prensa, oír la radio y ver los noticieros.

Vamos, que no se necesita desplegar actos de heroísmo o sacrificio pero sí mantenerse en forma hasta el último día, ojalá lejano. Depende de cada uno.

El “old man” puede esperar sentado.

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