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Economía de la soledad: entre la necesidad social y la contribución empresarial como mitigante de la soledad

Una mayor esperanza de vida, la digitalización y proyectos vitales cada vez más unipersonales aceleran el aislamiento. Un sentimiento que adquiere rango de pandemia, pero también abre espacio a la esperanza con la irrupción de la economía de la soledad.
Por Raúl Alonso
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Una mayor esperanza de vida, la digitalización y proyectos vitales cada vez más unipersonales aceleran el aislamiento. Un sentimiento que adquiere rango de pandemia, pero también abre espacio a la esperanza con la irrupción de la economía de la soledad.

La sociedad mundial se enfrenta a paradojas inimaginables hace pocas décadas. Una de ellas es que en el mundo muera más gente por obesidad que por hambre (Global Burden Disease, de The Lancet). Pero este tremendo titular puede dar otro giro inesperado cuando se afirma que la soledad mata más que la obesidad, advierte World Economic Forum.

“Hay evidencia sólida de que el aislamiento social y la soledad aumentan significativamente el riesgo de mortalidad prematura y la magnitud del riesgo supera la de muchos indicadores de salud líderes». Así lo resume Julianna Holt-Lunstad, que lideró el estudio de la Universidad Brigham Young de Utah (EE UU) que ha llevado a la organización suiza a lanzar una advertencia mundial.

La profesora calcula que el riesgo de muerte prematura se incrementa el 50% cuando se vive en soledad. “Estar conectado socialmente con los demás se considera una necesidad humana fundamental, crucial tanto para el bienestar como para la supervivencia”, insiste Holt-Lunstad. Pero pese a esta evidencia, las tendencias apuntan a “que los estadounidenses están cada vez menos conectados socialmente y experimentan más soledad”. En concreto 42,6 millones de adultos de 45 años o más, así lo estaban en 2017.

 

La soledad y el aislamiento en España

En 2020, había 4,8 millones de viviendas unipersonales, que alcanzarán los 5,7 millones en la España de 2035, según la Proyección de Hogares del INE. De hecho, este colectivo formado por jóvenes, solteros, viudos o divorciados es el que más crece en España. Pero esta diversidad de perfiles no puede ocultar un hecho que se mantiene invariable: el grueso de la soledad tiene el rostro de una mujer mayor de 75 años, viuda o separada.

Pero el fenómeno de la soledad es mucho más complejo que unas estadísticas y proyecciones: una cosa es la soledad, que puede ser consentida y deseada, y otra el aislamiento. Dicho de otro modo, ni todo el que vive solo carece de red social, ni todos los que tienen red social, se sienten acompañados. Además la soledad no es un síntoma exclusivo de la vejez, puede doler en cualquier etapa de la vida.

Los profesores Fernando Vidal y Amaia Halty de la Universidad de Comillas, lo diferencian en el capítulo “La soledad del siglo XXI”, del Informe España 2020. Según este estudio propio, “más del 21% de la población siente aislamiento social, el 26% leve y el 3% de modo intenso, y un 21,1% carece de un grupo de amigos”.

Cuando se pone el foco en el factor edad, el sentimiento de soledad se dobló entre los jóvenes menores de 30 años durante los meses de pandemia, hasta alcanzar al 31%. Entre los mayores de 60 años alcanzó el 14,7% y el 18% de quienes tienen entre 30 y 60 años.

Pero al margen del efecto COVID-19, nadie duda de que son muchos los factores que acrecentarán esta problemática. Entre ellos la digitalización de gran parte de la vida diaria, que por ejemplo sustituye la socialización del encuentro con los amigos a través de redes sociales, pero también en actos diarios como la compra. Y cada vez acapara nuevas parcelas, como los cuidados de la salud, la formación e incluso la práctica deportiva.

Por otro lado, los proyectos de vida de muchos ciudadanos han dejado de tener en la creación de una familia en pareja y con hijos, el objetivo mayoritario. Y por supuesto está el factor longevidad, nunca el ser humano vivió tanto.

 

La economía de la soledad

Y a más gente envejeciendo sola, mayor gasto social, como anticipa el informe La soledad en Europa, de la Comisión Europea. No es fácil encontrar estudios que cuantifiquen esta obviedad, pero para el largo plazo, la London School of Economics calcula que los mayores de 55 años con soledad crónica costarán al Reino Unido unas 6.000 libras anuales por persona en servicios de salud y de las instituciones locales.

Los profesores Guillem López Casanovas y Marie Beigelman advierten en La nueva economía de la soledad, de que “la relación entre envejecimiento, soledad y salud hace emerger la importancia de buscar estrategias eficientes en prevención y en acompañamiento, para que la soledad no deteriore la salud y el bienestar de buena parte de nuestros mayores”. Pero el mercado lee estas necesidades en clave de oportunidad.

Esta megatendencia social mundial representa un océano azul para aquellas empresas que solucionen las necesidades de quienes viven y consumen en solitario. Es lo que se conoce como economía de la soledad (lonely economy).

El ‘Día del soltero’ puede ejemplificar su lado más marketiniano. Esta campaña de compra en línea que se celebra cada 11 de noviembre, compite en popularidad con el poderoso Black Friday, amenazando con ser el más rentable del año en países como China. Por algo será.

El turismo para singles fue el primero en detectar la necesidad, y la industria de la alimentación ha adaptado rápidamente sus envases para la despensa de este colectivo. Los restaurantes para comer solo, tan populares en Asia, entran con fuerza en Europa y España vía reino Unido u Holanda, o soluciones de vivienda como el coliving (que apuesta por edificios donde hay espacio privado y comunitario para facilitar la independencia en cualquier tramo de edad sin aislamiento) son ejemplos de esas oportunidades que se abren al mercado. Y por supuesto productos financieros y aseguradores adaptados a estas necesidades específicas.

Pero es sin duda el mercado de la salud y de los cuidados, muy centrados en el acompañamiento, donde las posibilidades se multiplican. Redes de profesionales de confianza para la asistencia, residencias, empresas que generan espacios activos para la interacción social a través de compartir actividades y aficiones, telemedicina teleacompañamiento, robots-mascota con los que interactuar e incluso hablar son algunas de las propuestas que nos devuelven a la paradoja inicial: es esa misma tecnología que apuntala el aislamiento, la que puede convertirse en parte de la solución.

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