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Vulnerabilidad climática: el envejecimiento en el centro del debate

Desde hace casi 300 años la contaminación, las emisiones de dióxido de carbono y la actividad humana están estrechamente relacionadas.
Por Isabel Gaspar, periodista de El Economista
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Desde hace casi 300 años la contaminación, las emisiones de dióxido de carbono y la actividad humana están estrechamente relacionadas. Desde los asentamientos humanos, a la invención de vehículos de transporte, las nuevas técnicas de fabricación y procesos industriales o la rápida evolución de la tecnología, la influencia humana ha sido la causa dominante del calentamiento observado desde mediados del siglo XX. De hecho, nuestra huella en la Tierra podría resumirse en una cifra: casi 40.000 millones de toneladas de emisiones de dióxido de carbono (CO2) en 2023. Un nuevo récord.

No obstante, la triste realidad es que el tiempo se nos acaba y no estamos haciendo lo suficiente para revertir la situación. Es una carrera contrarreloj por nuestra propia supervivencia. No en vano, Naciones Unidas considera que el cambio climático es la mayor amenaza que existe para la salud: cada año, los factores medioambientales se cobran la vida de unos 13 millones de personas. Sólo con la reducción de la contaminación atmosférica, se podrían salvar un millón de vidas al año hasta 2050.

Desde luego, la Tierra no deja de avisarnos. Solamente los fenómenos meteorológicos cada vez más adversos y comunes como inundaciones, tornados, huracanes o tsunamis están dando señales más que evidentes de la emergencia. Sirva como ejemplo que el cambio climático está provocando que la habitabilidad de ciertas zonas caiga en picado, provocando el desplazamiento de personas hacia otros terrenos más compatibles con la vida. Actualmente, cada año más de 20 millones de personas se ven obligadas a abandonar sus hogares debido a un clima cada vez más adverso, según los datos de ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados.

Las condiciones críticas que enfrentan muchos territorios también están motivando la migración de los animales y esta es una de las razones que aducen los expertos para predecir que la probabilidad de que se produzcan otras pandemias como la de la Covid-19 aumente un 2% cada año.

Si bien todos los seres humanos estamos expuestos a las consecuencias de esta emergencia climática, algunos grupos de población presentan una vulnerabilidad que no se puede, ni se debe, pasar por alto. Es el caso de las personas mayores.

Actualmente, el 10% de la población mundial tiene más de 65 años. Un porcentaje que en 2050 ya será del 16%. De hecho, Naciones Unidas estima que este grupo de población representará el doble del número de niños menores de 5 años y será casi equivalente al número de niños menores de 12 años.

Sin embargo, este grupo de población sigue siendo invisible en la mayoría de debates sobre el cambio climático. Teniendo en cuenta que el mundo contará con una población cada vez más envejecida, también lo hará el número de personas con mayor exposición a las consecuencias del calentamiento de la Tierra. No sólo se tratar de luchar por ellos en el presente, sino por nuestro propio futuro. Cabe recordar que las mujeres tenemos una esperanza de vida media de 74 años a nivel mundial, mientras que la de los hombres es de 69 años.

Mayor vulnerabilidad  

Obviamente, a medida que envejecemos, nuestro cuerpo pierde facultades. Nuestra resistencia a las enfermedades se reduce, así como la movilidad. Nuestros sentidos, como la vista o el oído, también se ven mermados y, en general, nuestra respuesta ante situaciones adversas es peor. Un conjunto de factores que hacen que el cambio climático aumente la vulnerabilidad de los adultos mayores. Para muestra un botón: más del 90% de la población respira niveles insalubres de contaminación atmosférica, en gran parte derivados de la quema de combustibles fósiles, y, con el avance de la edad, el funcionamiento de los pulmones tiende a disminuir, lo que aumenta el riesgo de desarrollar enfermedades respiratorias.

Por otro lado, los episodios de olas de calor, cada vez más frecuentes, golpean con más fuerza a este grupo de la población. Según el informe anual de The Lancet Countdown sobre Salud y Cambio Climático, las muertes relacionadas con el calor en personas mayores han aumentado un 54% en las dos últimas décadas y ningún país del mundo, sea pobre o rico, es inmune a las repercusiones que el cambio climático tiene sobre la salud.

En este sentido, al tener una menor percepción ante los cambios de temperaturas, las personas mayores se protegen menos. Además, presentan un mayor riesgo de deshidratación, ya que son menos conscientes de la pérdida de líquidos. Por supuesto, la existencia de enfermedades como trastornos cardíacos, pulmonares o diabetes disparan el riesgo ante este tipo de fenómenos. Cabe recordar que, en 2023, en España, 18 provincias vivieron su año más cálido desde que existen registros. Sólo en el verano de 2022, en Europa, se produjeron 9.226 muertes relacionadas con el calor entre personas de 65 a 79 años, que aumentaron a 36.848 muertes entre los mayores de 80 años, según un estudio liderado por el Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal).

Otras de las situaciones en las que las personas mayores son extremadamente vulnerables son aquellas en las que un evento meteorológico extremo exige la huida de un lugar, ya que suelen tener una menor movilidad. Asimismo, las dificultades para ver u oír que acompañan el envejecimiento limitan el desenvolverse en fenómenos de este tipo, al tiempo que restringen el acceso a la información y, por tanto, a la valoración de la gravedad de la situación. Además, las enfermedades crónicas o las necesidades especiales pueden retrasar la evacuación y las personas de edad más avanzada suelen ser reacias a buscar refugio y abandonar sus hogares. Por no hablar de que un desastre natural es probable que restrinja el acceso a los medicamentos, los tratamientos y los cuidados sanitarios.

En Filipinas, más del 40% de las personas que fallecieron a causa del tifón Haiyan en 2013 eran mayores. Asimismo, casi tres cuartas partes de las muertes por el huracán Katrina en 2005 y más de la mitad de las muertes por el huracán Sandy en 2012 se produjeron entre estadounidenses de edad avanzada, como pone de manifiesto HelpAge.

Con todo, el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA) estima que casi 138 millones de personas mayores de 60 años ya están expuestas a los riesgos climáticos. Desde ACNUR ya han alertado de que el cambio climático socavará los derechos de las personas mayores, lo que incluye su derecho a la salud, la seguridad, la vivienda, la movilidad, la alimentación… Ahora bien, no todas las personas que integran este grupo se verán afectadas de la misma manera.

Disparidad en la desigualdad

A los riesgos inherentes al envejecimiento, hay que sumar otros factores que son multiplicadores de la vulnerabilidad. No es lo mismo tener 80 años en un país como España que en Pakistán. Como recoge el informe El cambio climático en un mundo que envejece, de HelpAge, los debates sobre el envejecimiento suelen centrarse en los países desarrollados, ya que experimentarán un mayor envejecimiento. Este planteamiento no tiene en cuenta el hecho de que, para 2050, alrededor del 80% de las personas mayores vivirán en países de ingresos bajos y medios.

A este respecto, estas regiones son más vulnerables por su alto nivel de dependencia de los recursos naturales y la agricultura. Sólo en 2018, la sequía provocó la pérdida del 82% de los cultivos de maíz y frijol en Honduras. Precisamente, la región central de América tiene una alta dependencia del sector primario. El que se conoce como el Corredor Seco es una franja de territorio que atraviesa Costa Rica, Nicaragua, Honduras, El Salvador y Guatemala y que alberga a más de 10 millones de personas.

Además, en estos países habrá un mayor número de personas que vivan en zonas densamente pobladas con altos niveles de pobreza. Un claro ejemplo lo encontramos en Oriente Medio y África del Norte (MENA): para el año 2050 en esta región habrá 715 millones de personas, un 36% más que en 2020, según el escenario intermedio del Instituto Internacional de Análisis de Sistemas Aplicados (IIASA). La población mayor de 60 años pasará de 46 millones a 139 millones, por lo que representarán el 20% de la población. Una evolución que irá acompañada de olas de calor extremas y estrés hídrico.

Del mismo modo, existen importantes diferencias en materia de género. Entre las personas mayores, las mujeres están mucho más expuestas al cambio climático. Según ONU Mujeres, las probabilidades de morir después de un evento climático extremo son 14 veces más altas para ellas que para los hombres.

Y es que, de acuerdo con la FAO, en los países en desarrollo, las mujeres representan el 45% de la mano de obra agrícola y el porcentaje aumenta a casi 60% en algunos países de Asia y África. De este modo, les toca enfrentarse a las consecuencias climáticas como las malas cosechas, con menos recursos (como las tecnologías aplicadas al campo). Las estimaciones indican que, de cara a 2050, la producción de trigo podría caer un 49% en Asia Meridional y un 36% en África Subsahariana. Esta caída supondría una merma en sus ingresos y provocaría escasez de alimentos. Por otro lado, las mujeres suelen ser las encargadas, en mayor medida que los hombres, de la recogida de agua, un recurso cada vez más escaso. A tenor de los datos del Banco Mundial, el 80% de las personas desplazadas por desastres relacionados con el clima en todo el mundo son mujeres.

Aunque los estragos del cambio climático son más evidentes en los países con ingresos bajos, en aquellos de mayores rentas estas desigualdades también se producen. Así lo refleja la demanda de un grupo de mujeres suizas contra su país ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH). Con una media de edad de 73 años, KlimaSeniorinnen (Mujeres Mayores por la Protección del Clima) ha acusado al gobierno de vulnerar su derecho a la vida y a la salud.

Esta plataforma, que reúne a más de 2.000 socias mayores de 65 años, se creó en agosto de 2016 cuando, tras una intensa ola de calor en Suiza, constataron que tener peores sueldos y peores pensiones dificulta el contar con casas acondicionadas para enfrentarse a la subida de las temperaturas.

Con todo, está más que demostrado que la desigualdad llama a la vulnerabilidad y es responsabilidad de todos, como sociedad, promover medidas y acciones que prioricen a aquellos que tienen más papeletas de sufrir, sobre todo, ante un fenómeno impulsado por el propio ser humano como es el cambio climático. Desde luego, la premisa no puede ser que las familias se harán cargo y cuidarán de sus miembros de mayor edad.

Un rol valioso

El papel de las personas mayores en el cambio climático no puede tomarse únicamente desde la perspectiva de la vulnerabilidad, representan mucho más. Son también agentes del cambio.

Como destacan desde fundaciones como HelpAge International España, “su experiencia puede aportar información vital sobre eventos similares pasados, amenazas e impactos ocasionados por los desastres, habilidades y vulnerabilidades de las comunidades o relaciones socio ambientales, y pueden ser clave para entender la naturaleza de la vulnerabilidad climática. Por lo tanto, es fundamental que las estrategias de mitigación climática y adaptación incluyan a las personas mayores y capitalicen sus capacidades, paralelamente a la incorporación de sus derechos y vulnerabilidades”.

En este contexto, las personas mayores ya han encabezado diversos litigios legales en todo mundo porque ya están notando las consecuencias del cambio climático. Asimismo, participan de manera activa en protestas y manifestaciones. Precisamente, por su rol en la sociedad pueden actuar como agentes movilizadores de las comunidades.

Una encuesta elaborada por el Instituto DYM para el diario 20minutos, en el año 2021, evidenció que para el 90% de la población mayor de 65 años el calentamiento global es una grave amenaza para la humanidad. No obstante, el 71% cree que todavía no es demasiado tarde para frenar el cambio climático, al tiempo que el 87% de los encuestados considera que las acciones individuales pueden mejorar el medio ambiente.

Como testigos de las transformaciones que se han ido produciendo a lo largo de las décadas, es necesario escuchar su voz y exprimir, en el buen sentido de la palabra, su experiencia para crear un conocimiento compartido que nos permita enfrentar de una mejor manera el futuro que se nos presenta.

En definitiva, es urgente abordar el doble desafío crítico del envejecimiento del mundo y el cambio climático. Dos tendencias que van entrelazadas y que, si no se entienden así, llevarán a nuestros mayores, y por ende a nuestros yo del futuro, a una vulnerabilidad extrema en la que la supervivencia se verá comprometida.

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