Envejecimiento saludable, envejecimiento activo y trabajo sénior

Crece el consenso sobre la importancia de prolongar la actividad laboral en el proceso de envejecimiento saludable.
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Vivimos en la década del envejecimiento saludable. Con esta iniciativa, hasta 2030, la Organización Mundial de la Salud (OMS) pretende movilizar voluntades gubernamentales y académicas, de organismos multilaterales y de la sociedad civil, para mejorar la calidad de vida de los 1.000 millones de habitantes que en el mundo ya han cumplido los 60 años.

La OMS define el envejecimiento saludable como “el proceso de fomentar y mantener la capacidad funcional que permite el bienestar en la vejez. La capacidad funcional consiste en tener los atributos que permiten a todas las personas ser y hacer lo que para ellas es importante”. Sin embargo, este organismo de la ONU constata que, pese al incremento de la longevidad, “la evidencia indica que la proporción de la vida que se disfruta en buena salud se ha mantenido prácticamente constante, lo que implica que los años adicionales están marcados por la mala salud”.

Una llamada de atención en la que el Indicador de calidad de vida digna de las personas mayores – consideraciones de género ha profundizado. Este informe de la Cátedra Economía del Envejecimiento de la Universidad de Barcelona (UB) y Fundación Mutualidad Abogacía, presentado en las instituciones europeas, ha certificado que “la permanencia de los mayores en el mercado laboral después de los 55 años es baja en la mayoría de los países, e incluso en los mejor posicionados como Estonia, Noruega o Suecia es inferior al 40%”. Esta tasa de ocupación se ha convertido en un peligro en esa equiparación entre envejecimiento saludable y envejecimiento activo: cuando la persona mayor se mantiene activa, también en términos de desarrollo profesional, mejora su salud. Sin embargo, en muchas sociedades prevalece una visión edadista que da por supuesto que la fragilidad de la persona mayor le impide prolongar su etapa laboral, en el mejor de los casos, más allá de la fecha de jubilación.

La situación es aún más preocupante cuando se analiza desde el sesgo de género. Según el citado estudio de Fundación Mutualidad de la Abogacía, “al segmentar por sexo, la tasa de empleo de los hombres es, de media, un 10,7% superior a la de las mujeres de su misma edad”. Y en este entorno de envejecimiento saludable y activo y discriminación de la mujer, el estudio especifica: “Promover la participación laboral, especialmente entre las mujeres, puede ser bueno siempre que se realice a través de una adecuada regulación de la edad legal de jubilación que considere la heterogeneidad entre nuestros mayores, especialmente teniendo en cuenta la profesión habitual de la persona y su estado de salud”.

El trabajo contribuye al envejecimiento saludable

Sin embargo, este paso requiere de un importante cambio de paradigma, y el debate no ha hecho sino empezar.  Según la publicación Seguridad económica, protección social y derecho al trabajo de HelpAge, fundación que promueve una convención internacional de la ONU en torno a los derechos de las personas mayores, la llamada revolución de la longevidad no logra que sus beneficios “se distribuyan por igual en todos los grupos de personas mayores”.

Como efecto de este desequilibrio, “las personas mayores con más ingresos suelen vivir más años que las de menores ingresos, debido a que pueden acceder a mejores condiciones de vida”, se afirma. Así, factores sociales como el empleo, la alimentación o la vivienda, influyen de forma determinante en la salud en el envejecimiento y la mayor o menor esperanza de vida.

En este escenario, desde HelpAge se pide “proteger a las personas mayores reconociendo una suficiencia económica adecuada”. Un derecho a la provisión que en la Declaración Universal de los Derechos Humanos ocupa el artículo 25 para lograr “un nivel de vida adecuado”. Punto que reconoce el derecho a unos seguros sociales que protejan a lo largo de toda la vida, “cuando por circunstancias independientes de nuestra voluntad, no podemos obtener ingresos necesarios para subsistir”, se especifica desde la ONU.

El problema se destapa cuando la evidencia muestra que esas coberturas sociales no están garantizando una vida digna, ni a todos los ciudadanos con independencia de su edad, ni a todos de los colectivos de las personas mayores. Para tomar la medida al reto, se puede reflexionar sobre aspectos como:

  • ¿Las prestaciones sociales son suficientes?
  • ¿Se reparten respetando principios como la dignidad humana y la no discriminación?
  • ¿Cubren a todos los grupos sociales, incluidas las personas más desfavorecidas o marginadas?
  • ¿Las condiciones para acceder a estas prestaciones son razonables, proporcionadas y transparentes?

 

Beneficios del trabajo sénior

Sin necesidad de ahondar en las respuestas con precisión, las grietas en el sistema se visualizan con facilidad. Y el derecho al trabajo en la persona mayor emerge como una de las vías que permite avanzar en la solución de la problemática, entendido siempre su ejercicio como una opción libre y personal, pero que desde un análisis social puede tener un impacto muy positivo en un momento en que hay que actuar para mantener y mejorar el sistema de protección del ciudadano.

Según el informe ¿Cómo desarrollar modelos inclusivos con las personas mayores en el ámbito laboral?, de Nagusi Intelligence Center de la Diputación Foral de Vizcaya, los beneficios personales del trabajo sénior son:

  • Tiene un efecto positivo sobre la salud global de la persona mayor.
  • Mantiene los hábitos de autocuidado, el bienestar físico y psicológico.
  • Menor riesgo de aislamiento social y fragilidad.
  • Mejora su calidad de vida.
  • Permite seguir aprendiendo conocimiento y habilidades.
  • Facilita el acceso a la atención médica.
  • Permite negociar con la empresa las condiciones de jubilación que prefiere.
  • Ser mejor valoradas por su entorno.
  • Aportar valor a la sociedad.

 

Medidas para poner en valor el saber hacer sénior

En teoría en España, como en la mayoría de los países de nuestro entorno, no hay ninguna obligación a la jubilación. Sin embargo no llega al 1%, los mayores de 65 años que realizan alguna actividad laboral, según recoge el Imserso.

Recordando una vez más que el derecho al trabajo de la persona mayor es una decisión individual, las sociedades deben avanzar en las estructuras sociales económicas para no solo permitir ejercerlo a quien así lo desee, sino que también pueda hacerlo en las mejores condiciones posibles, y por supuesto con dignidad y seguridad. Y en este sentido ya se están produciendo avances. Uno de los frentes es el de las propias organizaciones privadas interesadas en conservar este talento, ya que como defiende el veterano profesor en Comunicación Social y autor de Sénior. La vida que no cesa, Manel Domínguez,  “el cerebro de un joven de 25 años con respecto al mío de 72, es más rápido en la toma decisiones, pero menos fiable: mi cerebro se equivoca menos”.

Quizás esta sea una de las razones por la que las empresas comienzan a diseñar unos centros de trabajo más inclusivos, también para la persona mayor:

  • Se desarrolla un entorno de trabajo amigable con el colectivo sénior. Se trata de propiciar esas condiciones que les permitan ser más eficientes en sus rutinas, favorecer la colaboración intergeneracional y la movilidad dentro de los centros de trabajo.
  • Se adaptan los equipos a las facultades de un colectivo diverso. Por ejemplo, cubriendo con tecnología las problemáticas en visión, audición o movilidad propias de algunas personas con más edad.
  • Se ayuda a que las personas de más edad no desarrollen funciones físicamente penosas, al tiempo que se les forma en nuevas habilidades en el trabajo. Mercedes, BMW o Marriott son ejemplos de empresas con programas que trabajan en esta línea para no renunciar al know how (saber hacer) más veterano.

 

En paralelo, desde los gobiernos también se avanza en la inclusión laboral de la persona mayor. Son muchos los países, incluido España, que retrasan la edad de jubilación para equilibrar las cuentas de los sistemas públicos de pensiones y adaptar esta fecha a la actual expectativa de vida. También se crean nuevas figuras que compatibilizan trabajo y pensión con figuras como la  jubilación parcial, la jubilación flexible o la jubilación activa, que permiten en diferentes grados mantener la actividad laboral del sénior.

Países como Alemania han apostado por los llamados minijobs. Se trata de incentivar en las empresas y administraciones puestos de trabajo con condiciones y horarios accesibles al colectivo, que se calcula benefician ya a cerca de 200.000 germanos.

BBVA Research destaca en sus estudio Prolongar la vida laboral tres medidas de actuación para avanzar en este sentido:

– Incentivar que los trabajadores de edad avanzada dilaten su vida activa, aumentando su atractivo de empleabilidad y facilitando la posibilidad de compatibilizar trabajo y pensión.

– Eliminar los obstáculos que entorpecen la retención y contratación de trabajadores de edad avanzada, favoreciendo la diversidad generacional en la empresa y el cambio de cultura, combatiendo el edadismo y adoptando fórmulas de trabajo y remuneración flexibles.
– Mejorar la empleabilidad y productividad de los trabajadores de edad avanzada, previniendo la obsolescencia e impulsando la adquisición de nuevas competencias mediante formación permanente.

 

Especial atención a la mujer sénior

Pero también se requiere de medidas específicas para que hombres y mujeres avancen sincronizadamente en este reto. Dos situaciones que pueden ayudar a visualizar la profundidad del problema son:

  • El tipo de trabajo desempeñado por las mujeres mayores de 65. Según la referida publicación del HelpAge, las mujeres con responsabilidades laborales que trabajan cumplidos los 65 lo hacen (por este orden) en comercio, servicio doméstico y productoras de bienes y servicios de autoconsumo. En el caso de los hombres, las actividades más frecuentes son: comercio, sector primario, actividades científicas, profesionales y técnicas, sanitarias y de servicios sociales.
  • El 47% de las mujeres víctimas de violencia machista con 65 años o más viven en situación de privación material severa, el 75% en pobreza, y el 81% en riesgo de exclusión (datos del Estudio sobre las mujeres mayores de 65 años víctimas de violencia de género, del Ministerio de Igualdad).

Para acabar con este escenario es necesario diseñar planes específicos complementarios a los señalados en el apartado anterior, que promuevan una mejor inclusión laboral de la mujer sénior en el nuevo escenario hacia el que se avanza, en el que cada vez más personas mayores prolongarán su actividad laboral.

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